Bombardier en Alphaville

Segismundo Bombardier

Bombardier en Alphaville es una novela de Segismundo Bombardier. Considerarla una autobiografía enmendada es una tentación, pero su autor lo niega. Es cierto que el protagonista (Marcelino) comparte con el autor sus estudios en Lille, al noroeste de Francia. Pero el verdadero Bombardier no ha estado nunca en Canadá ni ha tenido un hijo en una pareja de tres. Segismundo asegura que es una novela sobre la Transición desde el punto de vista de un marciano. La acción está enmarcada entre 1970 y 1984. Marcelino, un joven nada interesado por la política, es observador singular de los cambios que se producen en su conservadora familia y en sus compatriotas. Los ve desde el otro lado del océano y ocasionalmente desde cerca en sus cortas visitas a la Patria. También es observador perplejo del enredo de la provincia de Quebec por separase de Canadá. Segismundo Bombardier agradece a la québécoise Denise Blaise las observaciones que le ha hecho sobre el texto, de las que ha tenido buena cuenta.

Atenea deslumbrada

El editor de Perinquiets-Libros entrevista a Segismundo Bombardier

Fernando.- Si te parece bien, vamos a llamarnos de usted. La cortesía hace que las conversaciones parezcan serias, además de serlo.

Segismundo.- Me parece muy bien.

Fernando.- Nos conocemos desde hace más de cuarenta años, cuando yo me fui con mi familia a Australia y usted parecía estar a punto de marcharse a Canadá. ¿Por que se quedó en Francia?

Segismundo.- Porque tenía que elegir entre casarme o emigrar una vez más.

Fernando.- ¿Y por qué eligió el matrimonio?

Segismundo.- Me costó unas pocas sesiones psicoterapéuticas descubrir que no tenía explicación, o que la explicación era irrelevante. Las decisiones se toman por una complejidad de razones revueltas ahí, en el mundo interior. Y el mundo interior es plástico, adquiere varias formas a lo largo de la vida.

Fernando.- ¿Fue un error o un acierto?

Segismundo.- A veces me parece una cosa, y otras veces, lo contrario. Si me hubiera ido a Canadá, también me habría preguntado, “¿qué habría pasado si me hubiese quedado en Francia, o si no hubiera salido de España?” La psicología es algo muy literario, muy novelesco desde el siglo XIX.

Fernando.- ¿Por eso escribió usted las aventuras de Lino Bombardier en Canadá?

Segismundo.- Pues supongo que sí. Ahora hay un género llamado “autoficción”, que clasifica una manera de novelar vieja como la literatura. Eso de etiquetar las cosas es una desgracia de la posmodernidad. Yo me puse en la tesitura de escribir desde mi propia psicología en otro escenario y en otras circunstancias. Ça m’a bien amusé en algunos momentos. Era como recrear la propia vida de uno, rectificarla a conveniencia.

Fernando.- ¿Ha vivido usted la situación de pareja de tres que aparece en la novela?

Segismundo.- Mais non! Pourvu qu’il étais vrai!

Fernando.- ¿Por qué no escribe usted en francés?

Segismundo.- Llevo un diario íntimo, como los buenos burgueses. Pero mi lenguaje literario es el español. La cultura española es muy superior a la francesa, tiene muchos más matices, tantos o más que países hispanohablantes existen, incluidos los Estados Unidos de Norteamérica.

Fernando.- Si dice usted eso en determinados ambientes españoles le crucificarían.

Segismundo.- Efectivamente, me crucificarían. Son los mismos que descalifican la historia de España por la Inquisición, los que creen a pies juntillas la Leyenda Negra… En fin, unos fanáticos desgraciados.

Fernando.- ¿La parte de la novela que se desarrolla en Francia responde a hechos reales?

Segismundo.- En parte, sí. Algunos personajes son de carne y hueso, como el tío Felipe, una persona excepcional, sensata, leal, comprometida sobre todo con su familia, su mujer y su hijo, que se quedaron en España tras la victoria de Franco. Él, en lugar de iniciar una nueva vida aquí, se ocupó de traer a los dos, y les mantuvo en la España devastada con envíos de dinero muy ingeniosos: él daba francos a una familia española emigrada en Francia, y los parientes de esta familia le pasaban el equivalente en pesetas a la mujer de Felipe. Y eso que estuvo enrollado con una francesa, pero la dejó en cuanto apareció la familia.

Fernando.- Felipe es un personaje entrañable…

Segismundo.- Lo era, ya lo creo. Da para una novela de aventuras. Le voy a contar una que no he colocado en “Bombardier en Alphaville”. Felipe era comunista, pero también era mecánico, y muy bueno a lo que parece. Le contrató al Wehrmacht para trabajar en un taller de reparaciones situado en Lila. Es decir, era trabajador del estado alemán, y se le trataba como tal. Una vez tuvo un problema de lumbalgia o algo así, y no sé cómo consiguió que le enviaran a Varsovia a un hospital especializado. Los detalles de la historia deben ser jugosos, pero los desconozco. Una vez en la capital polaca, un día atravesó el ghetto judío en un tranvía que hacía ese recorrido. En una curva o en un momento de ralentissement del vehículo subió a él un hombre. El conductor del tranvía percibió que Felipe le había visto y le miró con el pánico en los ojos. Ignoro si en el tranvía viajaba un soldado alemán o no, porque el episodio parece de película. El caso es que Felipe le hizo al conductor las tres señales del mono mudo, ciego y sordo. Insisto en lo cinematográfico de la aventura, que parece inverosímil, me remito al libro “Los perdedores”, de Vicente Fillol, la “crónica de un exiliado español de la última guerra mundial”. Las peripecias de este anarquista catalán que sirvió de chófer a un jefe de la Wehrmacht, son propias de una película bélica. Si fuera francés o noruego, yo qué sé, tendría un monumento, y le habrían hecho hasta una serie de televisión. Debieron ser muchos los españoles, franceses, alemanes, de todas partes, que vivieron aventuras novelescas. Es lo que tienen las guerras. Cada una da para una “Iliada”.

Fernando.- Al final de su novela, el hijo de Lino dice que su padre, su madre y el marido legal de ella pudieron “vadear ese río revuelto de mierda y desesperación que nos arrastra a casi todos desde el cambio de siglo”. Es una visión pesimista, ¿no le parece?

Segismundo.- Pues no. Son palabras de un joven, bueno, no tan joven, el personaje podría tener treinta y cinco años. Describe el mundo que le ha tocado vivir, y sus expectativas. Él vive en el cuerpo de un imperio en decadencia, aunque todavía fuerte. Yo no creo que se trate de un alternativa entre pesimismo y optimismo. Las emociones no configuran la realidad. Sólo forman parte de ella…

Fernando.- El mundo no se va acabar…

Segismundo.- Eso es lo que dicta la ideología más difundida hoy, que estamos al borde de la extinción. Una idea también constante en la historia de las civilizaciones. Los egipcios del siglo III vieron el desmoronamiento de su imperio. Los romanos del siglo IV, también. Al imperio español le pasó lo mismo en el siglo XVIII, y al ruso con la Revolución Soviética. La historia es una sucesión de imperios. El Apocalipsis es una fantasía que emerge una y otra vez. Ahora la perra que han cogido los progres desesperados porque la realidad no responde a sus expectativas tiene que ver con el medio ambiente.

Fernando.- ¿El hijo de Lino es uno de esos progres?

Segismundo.- Podría serlo, aunque me decepcionaría… El aprecia la vida que ha llevado en su curiosa familia, reconoce el valor de sus tres padres, que son básicamente conservadores, jamás habrían votado a Justin Trudeau, que se las da de Obama canadiense.

Fernando.– Una última cuestión. ¿La película Alphaville ha sido tan importante para usted como para Lino?

Segismundo.– Es una metáfora para burlarme des intello, los progres profesionales franceses. La primera vez que la vi me pasó lo que a Lino, me dejó la mente en suspenso. Yo sabía que era una película de culto, es decir, que tenía un misterio impenetrable salvo para mentes iniciadas. Pero yo no veía ningún misterio. Me pareció que era una película hecha imitando o ironizando les bandes desinées, los tebeos, con buenos impasibles y malos robotizados. Pero al parecer era mucho más. Luego la he visto varias veces, de hecho, para incluirla en la novela la descargué en el ordenador y la repasaba tomando apuntes. Entonces encontré lo que puede que sean claves, no sé si de Goddard o de la progresía intello.

Fernando.– O sea, que usted no se considera un intello.

Segismundo.– Yo siempre he sido un infiltrado. Me hacía pasar por lo que fuera, siempre que me conviniera. Es la cosa más fácil, todo el mundo te toma en serio, porque el camaleonismo no es tan común como se cree, hay que ser un experto. Si alguien desde fuera tuviera que calificarme, me tendría por un conservador. Y en realidad yo no he sido nunca nada. Para mí la política española y la francesa son un espectáculo, como una liga de fútbol. Yo he sido del Madrid, “madrilista”, decía yo entonces. Pero sólo cuando iba al Bernabeu. Yo no tenía ni idea de fútbol, pero era socio del Real Madrid…

Fernando.- Vamos a dejarlo ahí. Que el lector saque sus consecuencias.

Segismundo.- Es lo mejor que puede hacer.

Fernando.- Muchas gracias.

Segismundo.- Gracias a ti, digo a usted. ¡Oiga! ¿Qué representa esa foto que ha colocado usted en la entrevista?

Fernando.- La sabiduría con gafas.

Segismundo.- Vale, gracias.

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