Un artículo de Segismundo Bombardier
Leo en mis colegas de esta revista digital y de otras con mayor presencia económica y por tanto mediática, leo, digo, un sentimiento vago pero generalizado de apocalipsis, de fin de los tiempos. Los ciudadanos de cada estado tienen sus propias razones para el pesimismo: tan catastrófica es la situación en España como en Francia, al menos, vista desde dentro.
Los españoles de España creen que el estado y la nación en la que viven está en serio peligro, culpan al gobierno de Sánchez de ello, y están convencidos de que no hay ningún país europeo que se encuentra en peor situación. Los que vivimos en Francia y defendemos los valores de la civilización occidental y europea tenemos una sensación de descomposición parecida, aunque por causas diferentes.
Hoy mismo leo la crónica de un corresponsal en París, Luís Rivas, con este título, “Pasaporte francés, odio a Francia: por qué la Marsellesa ofende a los hijos de inmigrantes”, en la que se recoge con precisión argumentos lo que propone en el título.
Empieza así: Expedición punitiva de jóvenes marroquíes contra un barrio de gitanos en Montpellier; enfrentamientos con Kalashnikov entre chechenos y argelinos en Dijon; “guerra” entre clanes africanos y kurdos en Val de Marne. La utopía del “vivir juntos” es desmentida cada día en Francia por la realidad: una sociedad tribal en las “banlieues”, muchos de cuyos habitantes tienen dos cosas en común: el pasaporte francés y la detestación del país donde han nacido.
Confirmo que es así. Los incidentes en Francia y en Bélgica durante el mundial de fútbol de Catar fueron protagonizados por jóvenes que apoyaban al equipo de sus antepasados, miles de marroquíes mostraban su inquina hacia el país en el que han nacido y en el que reciben educación gratuita y beneficios sociales sin parangón en el resto de Europa.
Este es el riesgo que corremos en Francia, y que el progresismo galo se resiste a admitir. No sé si los remedios a los males de uno y otro país vecinos son similares o más desoladores a un lado que a otro de los Pirineos.
El caso es que no hay superhéroe capaz de levantar la moral de los afligidos, sean estos de un bando o de otro. Y da la impresión de que unos y otros esperan la aparición de un superhéroe.
He visto las tres temporadas televisivas de “Jack Ryan”, personaje creado por el norteamericano Tom Clancy. Una sucesión de capítulos trepidantes, bien hilados, con estereotipos inmarcesibles, y una narración de montaña rusa para entretener los agobios de la vida real.
Jack Ryan es un superhéroe de la CIA. Lo prueba primero en el intrincado mundo del terrorismo yijadista, luego en el corrupto y amoral mundo de una dictadura hispanoamericana (Venezuela). Y la tercera temporada en el escenario espinoso de los intereses (es un decir) nucleares de rusos y gringos.
Los estereotipos son los de siempre, con las formalidades del globalismo amable: agente de la CIA negro y musulmán, eficaz y buena persona; el ejército venezolano está compuesto por criminales obedientes al dictador (por cierto, un Jordi Mollà no del todo convincente), pero con excepciones necesarias para el buen curso de la historia; y los agentes secretos rusos siguen siendo desalmadas máquinas de matar (bastante torpes en los momentos clave), pero hay dirigentes exsoviéticos que ayudan a Jack Ryan a desmontar una conspiración difícil de aceptar.
Es en este punto de la conspiración imposible donde merece la pena detenerse. Parece ser que la tercera parte de la serie se grabó a lo largo del año 2021. Si hubiera tardado más en acabarse, la realidad habría superado a la ficción. El núcleo de ella es una provocación (rusa, evidentemente, pero de rusos malos, no del presidente) para desencadenar una guerra nuclear. Los ingredientes de la conspiración se enredan en un lío absurdo y contradictorio. Intervienen dirigentes rusos, checoslovacos, y gringos, además de los agentes que se baten el cobre en un avispero inexplicable.
La clave de ese arco de fantasías es Ucrania. La invasión de Ucrania, sin explicaciones convincentes, se presenta durante unos capítulos como la provocación que los EE UU no podrán observar de brazos cruzados. Luego resulta que los tiros van por otro lado, todavía más demencial. Finalmente, la intervención de Jack Ryan y un viejo agente del KGB soviético, paran la catástrofe por los pelos.
Si miramos la realidad, la invasión de Ucrania en febrero de 2022 y su estrepitoso fracaso, sin misiles nucleares en las rampas de lanzamiento ni trapisondas secretas inconcebibles (las habrá habido, pero dentro de una racionalidad ajena a la ficción), resulta que la ficción es una mentira estrepitosa que deja con el culo al aire a los guionistas. Urden un relato enrevesado y difícil de seguir, algo que carece de importancia, porque lo decisivo es la acción. El peligro inminente de apocalipsis pende de un hilo durante los ocho capítulos.
En la serie, el presidente ruso es una buena persona, y no se parece a Putin. Otros rasgos de la serie son una jefa de la CIA negrísima, eficaz y también buena persona, un presidente gringo con aspecto de indio siux o mexicano, generales yanquis con apellido español, una presidenta de la república checa manipulada por su padre un soviético de pura cepa. El superhéroe, eso sí, es blanco, anglosajón (de la rama irlandesa), moral e implacable.
El mundo real no es políticamente correcto, pero es bastante más estable y creíble.
Según los debeladores de la conspiración globalista, la ficción épica audiovisual nos prepara cada día para el Gran Sometimiento, cuando todos nos convirtamos en ovejas. No hay tal conspiración, pero sí el uso del ingenio creativo para producir leyendas que se venden a precio de oro, porque deben costar varios potosís.
Lo curioso es que los héroes legendarios no pueden ser los mismos para unos que para otros. Su enfrentamiento produciría más apocalipsis que los que la razón puede aceptar.
¿Qué espera a los españoles que quieren seguir siéndolo en paz, o a los franceses (y españoles, belgas, ingleses, italianos, portugueses, etc.) que no desean renunciar a su cultura, a su pasado, a su tradición y a su concepto de la ley y el orden?
Paciencia. No tardaremos en averiguarlo.