Una reseña de Fernando Bellón
El bazar chino de mi calle lo lleva una pareja joven con dos niños, dos. Con frecuencia les oigo disputar, es decir, que no están contentos con la vida que llevan en Europa. Otro bazar chino de una ciudad diferente que suelo visitar, lo lleva también un matrimonio no tan joven, con dos hijos, significativa casualidad. El hombre intenta ser simpático, se le ve siempre sonriente, y parece que conversa con los locales; pero la mujer está todo el rato seria, sentada tras el mostrador, escuchando una melopea que suena a oración o rosario. La chica del primer bazar tiene encendido un ordenador con películas chinas, equivalentes a las teleseries occidentales, en eso consume las horas, que son más de doce, en su negocio, aunque a lo mejor son empleados. Seguir leyendo