Voy por la calle y oigo que llaman a sus perras: ¡Luna!, ¡Luna!, ¡Luna! Pregunto a quien sabe y me confirma la presunción. Es un nombre muy frecuente. La mía también se llama Luna. No se lo puse yo, sino mi nieto. Quería tener un perro y le puse condiciones: que fuera hembra y de pequeño tamaño. Es más difícil de conseguir de lo que parece. Varios meses de búsqueda por su parte. Además, hay muy poca formalidad hoy en día en el mundo. Te engañan, dándote gato por liebre, y en lugar de atenerse a las razones apelan a los sentimientos. Cierras una adquisición y al querer ir a recogerla te informan de que han recibido una oferta mejor y la han vendido. Así que, tras varios meses, no perdimos el tiempo con esta. Apenas tenía una semana. Nació a finales de noviembre de 2014.
Al no haber podido jugar con los demás miembros de su camada, no ha aprendido a tratar con el mundo. No se fía de nadie. La madre era, o es, pinscher. Tenía una estampa muy bonita. El padre me dijeron que también era pinscher, pero no era de pura raza. Luna tiene toda la apariencia de pinscher, salvo el color, que es marrón. Seguir leyendo